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Introducción: Grediaga 50 años de trabajo.

Se acaba de inaugurar, para nuestra suerte, una retrospectiva escuetamente titulada Grediaga. 50 años de trabajo. Al asistir a los espacios interiores y exteriores del edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes y compenetrarse con la muestra del español universal que es Kieff Antonio Grediaga, se entiende tal sobriedad. La palabra clave es trabajo. Pinturas y esculturas de diversas dimensiones llenan los espacios disponibles y muestran una notable variedad de modalidades, testimonios de un intenso y sostenido laboreo por parte del artista.

En algunas piezas relevantes, el carboncillo y la sanguina cubren los grandes lienzos; en las restantes, los metales, los mármoles, las maderas son los elementos con los cuales las sabias manos ejercitadas desde sus primeros años en la ebanistería han sabido dar expresión a un hálito creador de alto vuelo.

Los lienzos cubiertos a lo largo y ancho de sus amplias dimensiones por enérgicos trazos revelan una estructuración en la cual los elementos geométricos marcan las pautas de la composición; ésta se vuelve al parecer abigarrada con elementos lineales y zonas sombreadas, los cuales, en la suerte de horror vacui, comunican su expresividad. Tales trazos se mueven con una aparente libertad, ceñidos sin embargo por la estructuración geométrica que cierra la composición en el espacio.

En una pieza reciente, titulada “el Amor Brujo II”, las imágenes abstractas surgen al compás del recorrido visual por la amplia superficie del lienzo.
Pienso en éste, por ceñido, es una muestra de las más logradas, entre otras similares, como por ejemplo “El grito de la nana”, cuyas líneas en fuga tienden a proyectarse fuera del lienzo, quizás con toda la intención, de acuerdo con el significado del título dado por el artista. 

Estos carboncillos fueron realizados el presente año y se ven acompañados por varios ejemplos de dibujos a lápiz sobre papel, generalmente esbozos de lo que posteriormente serán esculturas, muchas de ellas exhibidas en esta exposición. 

Subrayo ahora el título del lienzo destacado-“El amor brujo”- por su alusión a uno de los grandes españoles sobre quienes vuelve repetidas veces Grediaga. Recuerdos de y alusiones a Falla y Lorca recorren la obra del escultor, símbolos de la España por la cual su padre, el ebanista luchador, sufrió cárcel y exilio, y quien dio a su hijo el nombre de la ciudad de donde provenía el tanque en el cual combatió por la República. Kieff Antonio Grediaga es español de raíz, aunque su vida lo ha llevado a diversas latitudes, las más recientes de las cuales es La Habana Vieja. Aquí, su Taller-Escuela  de Fundición Artística de la Habana es también el recinto del cual emergen piezas que restañan los destrozos del tiempo en obras coloniales, forjadas por manos jóvenes bajo las sabias  enseñanzas del Maestro. Paralelamente, Grediaga no ha dejado de elaborar sus esculturas personales, muchas de formato monumental, que ahora respiran el aire de la Plaza Vieja, de la plazoleta frente al Museo de La Habana; o se exhibieron durante largo período de tiempo en espacios abiertos de Holguín y Santiago de Cuba; o bien se recogen en un recinto de mayor intimidad. 

Grediaga llega a La Habana habiendo ya transitado con reconocimiento internacional unas seis décadas de vida intensa y peripatética que lo ha llevado de su natal Madrid a la América lusitana, a la hispánica, a Canadá, y ahora al archipiélago caribeño. No menos agitada es su entrega al ejercicio de las artes: ha sido, con éxito, ebanista en Madrid y otras ciudades, restaurador de muebles antiguos en diversos países europeos, tenor profesional en el teatro Colón de Buenos Aires, escenógrafo, luthier en Argentina, aficionado a la arquitectura, y, siempre, trabajador con materiales táctiles para lograr los volúmenes y planos expresivos encerrados en los metales, en las maderas, en los mármoles. Una y otra vez, a lo largo de su vida, está presente, como ya he apuntado, su persistente recuerdo de dos grandes de España: Lorca y Falla, quienes representan significativamente puntos altos en las búsquedas estéticas de Grediaga: la música, la escena, la palabra. Asesinado uno, exiliado el otro, ambos coterráneos del escultor fueron aislados del ámbito hispánico durante el reinado de fascio, pero, como Grediaga, siempre han sido el símbolo y la voz de la España verdadera. 

Cronológicamente, una de las primeras obras exhibidas es “Jerga”, datada en 1969. Se trata de una pieza de gran formato (201x198x48 cm) realizada en pino rojo de California. Obra abstracta de naturaleza geométrica, su masa monumental y ligera a la vez se ve cortada por una hendidura central que recuerda las realizadas en sus lienzos por Fontana. Tal corte en las superficies del gran círculo formado por la madera exquisitamente pulida,  provoca dos reacciones inmediatas en el espectador. Por una parte, su condición táctil motivada por esa reducción de la superficie de la madera a planos absolutamente lisos hace difícil resistirse a la tentación de la caricia de tales superficies. Por otra, esa hendidura central no solo divide la pieza en cuatro sutiles curvas, sino que – y esto tendrá otros desarrollos en piezas posteriores de diversos hálito- establece una  suerte de comunicación entre los espacios frontal y posterior- ¿o son lo contrario? Esta pieza, como casi todas las expuestas, por no absolutizar y afirmar que todas, permite, es más, provoca, una visión múltiple. Aun cuando, como en este caso, tiende al uso de elementos planimétricos, su manejo e imbricación de los mismos incita al espectador al desplazamiento a  su alrededor para así lograr una visión dinámica de planos y ángulos.

La ejecución de esta pieza esta precedida por otras de más reducidas proporciones. El bronce de pequeño formato “Tres Torres” es obra de juventud. Fue hecha en 1956, cuando Grediaga cursaba estudios de arquitectura; realiza entonces un proyecto para unos edificios del futuro. Estas “Tres Torres” nacen de tal proyecto y son consideradas como la primera escultura del artista. Las torres son variaciones sobre un tema y ya apuntan a lo que serían caracteres constantes en su obra posterior: el respeto por las potencialidades del material empleado, el ritmo de los volúmenes, la presencia de espacios comunicantes, el carácter monumental en la concepción de las formas (que no tiene que ver necesariamente con el volumen real de la pieza).

Puede verse en   “Reflexión” (1968), por ejemplo, cómo el bronce se hace dúctil en sus manos, al crear una forma que asciende girando sobre sí misma. Otras esculturas de pequeño formato constituyen un significado corpus de este manejo de la forma aparentemente móvil sobre un eje central, mientras las posibilidades máximas de los materiales empleados son un elemento importante para su apreciación. Pienso ahora en los varios ejemplos titulados “Génesis”(1972), también de bronce, y en “Angelus misere” (1973), cuyo mármol negro no solo parece ondularse a lo largo de un eje vertical sino que, en el trayecto virtual, varios puntos horadados crean una real comunicación entre los espacios que circundan la escultura. 

Quisiera tocar ahora otro punto que pudiera iluminar la diversidad expresiva del artista. Si bien Grediaga aparentemente no tiene contacto alguno con los principios de la plástica surrealista, hay algunos datos reveladores de su uso, en ocasiones paródico, de los caracteres de algunos artistas cercanos al movimiento encabezado por Breton. Pienso en Roberto Matta y su juego intencional con los títulos de sus obras, a más de su uso poco convencional de objetos utilitarios de la vida cotidiana, recurso éste, por supuesto, adoptado hasta las ultimas consecuencias por tendencias posteriores.

Todo esto me viene a la mente cuando contemplo las obras de Grediaga hechas en la década de 1970 “Femme aux robinets” y “Cabeza, manos y grifos”, ambos en bronce. Pero la familiaridad se hace mas evidente con las escuetas figuras de “Las tres geishas”, cuyo bronce en negro sin pulir otorga a las alargadas figuras cierto carácter paródico. Si regreso a los titulos de Matta, llama la atención que el español halla titulado “White torso” (1976) y “Snow man” (1977) a piezas realizadas en granito negro. Al salir al espacio abierto, mantiene esta suerte de juego arte-no arte en obras de gran formato y marcado malabarismo con los materiales y su colorido. En “Turning Point”, de 1980, integra elementos hidráulicos a la monumental pieza culminada, con un agudo sentido del absurdo, en su punto más alto (2300 cm.) por una señal del tránsito vial: “Stop”. Al contemplar las figuras de pequeño formato armoniosamente desarrolladas a lo largo de un eje vertical, algunas de las cuales he citado por su fuerte presencia en las salas del MNBA, y cuyas texturas acentúan el valor táctil de las formas de suave escozor, se hace evidente el temprano estudio realizado por Grediaga de las obras de Arp y, sobre todo, de Brancusi. Trabajos posteriores pondrás el énfasis en los volúmenes compactos horadados por zonas comunicantes de los espacios anteriores y posteriores de la forma lograda en diversos materiales, de preferencia mármoles o, sobre todo, metales. Se va así haciendo evidente la familia estética en la cual se inserta Grediaga. De Brancusi y Arp a Moore, a Gargallo, a Chillida, a Díaz Peláez(para acercarlo a la producción escultórica moderna de Cuba). 

En Chillida he pensado particularmente al recordar las tres grandes piezas de acero que el vasco colocara en el promontorio del litoral de Ondarreta en San Sebastián, tituladas, con variada intención, el “Peine del Viento”: responden al mismo espíritu con el cual el madrileño ha realizado sus “Siete canciones populares españolas”, las cuales han resonado en diversas plazas y espacios abiertos de nuestra ciudad. Significativamente están dedicadas “A Manuel de Falla que su música hizo enriquecer mi vida”. Para estas obras, Grediaga trabajó el hierro macizo el año 2003 para lograr estas piezas de grandes dimensiones pero de variantes formales significativas. “El paño moruno”, por ejemplo, remeda un pórtico abierto atravesado por las líneas ondulantes que se enroscan en su estructura abierta; “Seguidilla murciana” asciende a partir de una base con rectas y curvas combinatorias, así como, “Asturiana”, “Jota”, “Nana” y “Canción”. “Polo” parece ser la pieza emblemática de esta serie presente en el ambiente abierto. Cuerpos rectos, bandas curvas y puntos de apoyo inclinados, se funden en una composición compacta, la cual, sin embargo, deja respirar el aire evitando la asfixia de un bloque macizo sin proyección visual alguna.

He resaltado algunos de los caracteres reiterados en las obras mas significativas de Grediaga. Su manejo de volúmenes es notable, como se evidencia aun en obras de pequeño formato como “Cornisas y molduras”, de 1990, escultura ejecutada en bronce. De concepción geométrica, su volumen cerrado se potencia por el contraste de texturas que van de zonas de notable brillo visual a superficies martilladas para colaborar a su opacidad. La concepción, el titulo y la atención prestada por el artista a los mas modestos componentes arquitectónicos evidencian la armonía que unifica la diversidad de intereses y actividades del artista.  
Esta es, sin duda, una magna exposición, testimonio de medio siglo de arduo trabajo por un creador de constante indagación. No es frecuente poder apropiarse de las variantes que van surgiendo en la labor de un creador como Grediaga. En sus manos, diversos materiales van cobrando una vida expresiva de emociones y conceptos de rica búsqueda. Nos ha sido dado el privilegio de compartir con él la emoción que toda obra significativa de arte nos depara. 

Por Adelaida de Juan

Bibliografía: Revista Revolución y Cultura N. 4 /2006. Oct-Nov-Dic /2006. Pág. 58

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Fundación Kieff Antonio Grediaga
Arte y Cultura

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